Jane eyre by Charlotte Brontë

Jane eyre by Charlotte Brontë

autor:Charlotte Brontë [Brontë, Charlotte]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Roman, Policier
publicado: 1846-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo XVIII

Aquellos días en Thornfield fueron diferentes a los de los tres meses anteriores, y los pasamos muy alegres. Cuando llovía se inventaban variados entretenimientos, y entre ellos me llamó la atención las charadas representadas que por primera vez veía.

El señor Rochester era el alma de la reunión; así es que un día que se ausentó por asuntos propios al pueblo cercano, reunidos todos en el salón parecían fastidiarse soberanamente, cuando se anunció una visita. Era un antiguo amigo del señor Rochester, según manifestó; y por su aspecto y pronunciación se dejaba ver que era extranjero. Se le hizo saber que el amo estaba ausente; y él dijo que se llamaba Mason y que venía de Jamaica a ver al señor Rochester y a hospedarse en la casa, por consecuencia. Sus modales eran corteses y su pronunciación, aunque correcta tenía un acento extranjero; su edad, más o menos, la del señor Rochester, de treinta a cuarenta años, su aspecto, a primera vista agradable; pero a poco de examinarlo, sucedía lo contrario, pues carecía de expresión.

Después de la comida volvimos a encontrarnos en el salón; entonces fue cuando supe su nombre, que era de Jamaica y que allí había conocido al señor Rochester. Poco después fui llamada por un criado a la sala de la biblioteca y allí me encontré con el señor Rochester, quien me preguntó por las personas que estaban en el salón. Al saber que un extranjero había llegado y al decirle yo su nombre me tomó la mano convulsivamente, sus labios palidecieron y pareció presa de un espasmo.

—¡Mason! ¿de las Indias Occidentales? dijo automáticamente repitiéndolo tres veces.

—¿Se siente usted enfermo, señor? le pregunté.

—Jane, esa noticia es un golpe en el alma para mí, dijo vacilando.

—Apóyese en mí, señor.

—Jane, ofrézcame su ayuda como lo hizo otra vez.

—Sí, señor, aquí está mi hombro y mi brazo.

Él se sentó y me hizo sentarme a su lado conservando mi mano entre las suyas y viéndome con los ojos turbados, dijo:

—Amiguita mía, desearía estar en una isla solitaria con usted, y el peligro y odiosos antecedentes me sacan fuera de mí en este momento.

—¿Puedo serle útil? Estoy pronta a dar mi vida por usted.

—Jane, le prometo que si necesito ayuda, la buscaré en usted.

—Gracias, señor, dígame qué debo hacer y probaré, al menos, complacerle.

—Tráigame, por ahora, un vaso de vino del comedor. Estarán cenando ahora, vea si Mason está con ellos y dígame qué hace.

Salí. Encontré toda la reunión cenando y en animada conversación y el señor Mason, tan contento como los demás. Hablaba con el coronel y la señora Dent. Tomé el vaso de vino y regresé.

La extrema palidez del señor Rochester había desaparecido y se mostraba calmado y sombrío.

—¡A tu salud, espíritu mensajero! dijo tomando el vaso y bebiendo el vino. ¿Qué están haciendo, Jane?

—Hablando y riendo, señor.

—¿Luego no están graves y preocupados, como si hubiesen oído algo extraño?

—Absolutamente; están alegres y de broma.

—¿Y Mason?

—Ríe, también, como los demás.

—Y si toda esa gente viniera y me abrumase con su desprecio, ¿qué haría usted Jane?

—Lanzarlos de aquí, si pudiese.



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